martes, 9 de octubre de 2007

CRÓNICA DE UN VENDEDOR EN DÍA LLUVIOSO

Muchas veces creo que las personas se acercan a mí por algún motivo mágico o misterioso, pero creo que hoy fue simplemente por desahogo o soledad.
Fue así que un hombre de unos 40 años, cargado de bolsos de todo tipo y tamaño se sentó a mi lado, en el fondo del ómnibus y comenzó a hablarme.

- ¡No sé puede creer lo que llueve! ¡Estoy todo mojado! ¡La verdad no sé ni para qué vine a armar el puesto, me hubiera quedado en mi casa!

Como podía me estaba contando el desastre que significó la lluvia para él como vendedor ambulante, como para tantos otros que se rebuscan así la vida.

Pasó la queja y me comentó que quería comprarse un celular de los baratos para saber cómo estaba su hija que “la habían internado en el hospital”.

Me dijo que hacía 40 años no se daban estas lluvias, porque era un ratito y salía el sol y que eso “lo han dicho los diarios y las noticias internacionales” (…) “lo de la atmósfera, lo de la capa de ozono”.

Después sacó un cartoncito con los datos por si sabía de algún trabajo, se podía leer en cursiva cómo este hombre se ganaba la vida:

“Feriante del BPS. Tomo objetos en desuso.
Carpintero. Solicito empleo o changas.
Teléfono de referencia de amistad o de años”…

A veces, una línea en cursiva alcanza para describir una vida. No supe su nombre, pero a veces creo que no tiene importancia saberlos. Con lo que ví y escuché me alcanzó para imaginarme cómo era su vida.

Me sentí idiota al preocuparme por tantas trivialidades que se sucedieron en mi jornada y la verdad me hizo recobrar la conciencia de que la vida está más allá de lo que uno pueda elucubrar dentro de 4 paredes.

Antes de que me bajara del ómnibus me preguntó: ¿usted cree en Dios? y me extendió un arrugado folleto celeste.

La vida está ahí afuera. Hay que salir a buscarla.



Lourdes Núñez
9 de octubre de 2007