lunes, 9 de abril de 2007

UN REY LLAMADO ALÍ

Por Lourdes Núñez
Relato sobre testimonio del fotógrafo Marcelo Ruiz


Esa mañana el viaje en metro transcurría rutinario e indolente.
En los vagones las clases se entremezclaban, pero las miradas acusadoras eran unidireccionales: de españoles a sudacas o cualquier otro no europeo.

Alí iba como todas las jornadas desde que había llegado a esa tierra, a trabajar en una obra en construcción.
A la hora pico en la estación que él subía no quedaban asientos, por lo que no había más remedio que ir parado.
De pronto, en el metálico vaivén del viaje, sintió una explosión y una ráfaga que sacudió el vagón y todos los cuerpos que albergaba: de españoles a sudacas, árabes y asiáticos.

Se miró y vio un panorama desolador y en el schock atinó a buscar su zapato rojo que había volado al otro lado de los hierros retorcidos. El vagón se abrió como una lata de sardina. Unos minutos después llegó la policía y luego de rescatar a blancos-europeos y latinos, atinaron a acusarlo del desastre y a golpearlo una y otra vez en el piso del vagón todavía humeante.
Él se defendió de los golpes y del dolor como pudo, hasta que reaccionaron y comprobaron que él no había puesto una de las bombas en la Estación de Atocha.


Alí es un árabe de piel café, pelo rizado y huesos flacos. Fue músico en su tierra animando fiestas hasta que el fanatismo y la violencia dejaron varios muertos en su familia, separando a los sobrevivientes por toda Europa.
Muchos niños y adolescentes huyen de sus casas, náufragos en tierras desconocidas cruzando fronteras asfixiándose en los camiones de carga y expuestos a todo con tal de dar otra dirección a sus vidas lejos del hambre y la guerra. Aunque en esas tierras les esperan “otras guerras”.

Recién llegado a España conservaba la esperanza de alejarse del dolor, sin saber qué destino le esperaba.
...
Alí vive desde hace dos años en una chabola que él mismo construyó en un gran parque de diversiones de Madrid.

Al costado del Estadio del “Atlethic” y del bullicio de las clases medias españolas, a un lado de una opulencia de un mega shopping donde sacian su sed de consumismo y en el medio de un gran parque de diversiones donde los grandes juegos y luces brindar un marco para sobrevivir y tener luz.

Este es su hogar desde el fatal atentado que le dejó sin una de sus piernas, condenándolo al rechazo de los patrones al verlo con su “pata de palo”.

Una vez, decidí acompañarlo a una obra para conseguir empleo y comprobé la desolación en su voz y en sus ojos, cuando le decían que “no había vacantes”. Ya no lo intentaría más.

- “Me alejé de la guerra que devora a mi pueblo, pero el precio de vivir en paz es la discriminación”.
- “Si España es una casa donde se nos recibe, se nos hace pagar cada céntimo de esa deuda con sangre, sudor y lágrimas”.
- Cierto día le pregunté“¿Qué sucede cuando uno se muere, Alí?”. Y él contestó con mucha naturalidad: ¡”Se muere”!

Este último tiempo me ha asombrado ver camino a mi trabajo, un enjambre de vecinos y perros en el medio de la calle en torno a las palabras de mi amigo Alí.

También en este último tiempo su chabola se ha poblado de algunos objetos, que le dan un afán de hogar que no he visto en otros sitios. En invierno hay que tomar algunas decisiones en cuanto al frío: o se escucha la radio, se prende la tevé o la estufa. Debo decir, que siempre predomina la tercera opción.

En su ronda diaria en procura de alimentos ante la opulencia de esta sociedad donde se descartan en los “restorantes” –en medio de patrones desquiciados por el dinero y latinos humillados- fue que lo conocí un mediodía.

Alí es el rey del parque...

Culminada una jornada provechosa y antes de subir una alta escalera rumbo a su casa, Alí reparte comida entre varios de los habitantes de la intemperie del parque –aunque no entiende por qué no aprovechan el espacio y construyen su propia chabola.

Hace unos años que somos amigos, compartimos charlas, comida y cervezas. Cuando me siento solo voy a visitar a Alí, encontrando consuelo a mis penas de ser un extraño en una sociedad que devora cuerpos, vidas y corazones.

Esta crónica es un homenaje a ese árabe y a su dignidad ante lo que le ha tocado en suerte en esta vida.

1 de abril de 2007

1 comentario:

Macarena dijo...

Muy bueno amiga!!!